Cuando pienso en el empoderamiento femenino, no lo asocio únicamente con ser fuerte. Lo veo como un acto profundo de fidelidad a mí misma. Ser fiel a mis pensamientos, a mis objetivos, a lo que realmente disfruto y deseo hacer. Es tomar las riendas de mis decisiones, de mis acciones, y reconocer que ahí está mi verdadero poder: en vivir desde mi identidad.
Empoderarme no es gritar más fuerte. Es brillar desde mi esencia, en silencio o en voz alta, pero siempre con verdad. Es aprender a soltar lo que pesa, perdonar lo que hiere y perdonarme a mí misma por lo que fui cuando no sabía lo que sé hoy.
Es sanarme, salvarme, fluir con mi energía y no con las expectativas externas.
Es ser selectiva, no desde la carencia, sino desde el amor propio. No aceptar lo que llega solo porque está disponible, sino buscar lo que realmente deseo, lo que vibra conmigo, lo que me hace crecer.
Empoderarme también es caer, quebrarme, pero levantarme desde mis propias convicciones, sin deberle explicaciones a nadie. Es mirar mi historia, abrazarla y amarme con cada parte de ella, incluso las que duelen. Porque la única que tiene el poder de reconstruirse, reencontrarse y renacer, soy yo.
Y lo más importante: lo hago por elección. Porque el amor más importante no es el que recibo, es el que me doy.
Hoy elijo convertirme en mi mejor versión para mí, no para encajar, no para agradar, sino porque me lo merezco.